Crisis y utopía. En memoria de Paco Fernández Buey

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La sombra más profunda que se cierne sobre nosotros no es el terror, el colapso ambiental, ni la recesión o depresión global. Es el fatalismo internalizado que afirma que no existe alternativa posible al orden mundial capitalista.

Con estas palabras se introducía, allá por el año 2001, el “Manifiesto Ecosocialista”, redactado a propuesta de Joel Kovel y Michael Löwy, en un seminario desarrollado en Vincennes sobre “Ecología y Socialismo”. Ciertamente, y en línea con el planteamiento genuinamente marxista de la necesaria quiebra de todas las estructuras de poder del “Viejo régimen”, si se pretende avanzar en la superación dialéctica que la lucha de clases impone a la historia, el manifiesto planteaba la relación directa del Sistema Capitalista y el previsible colapso ambiental promovido por esta centuria de “Desarrollo”.

En nuestra visión, la crisis ecológica y la crisis de deterioro social están profundamente interrelacionadas y deben ser vistas como distintas manifestaciones de las mismas fuerzas estructurales. La primera se origina ampliamente en la industrialización rampante que desborda la capacidad de la Tierra para amortiguar y contener la desestabilización ecológica. La segunda se deriva de la forma de imperialismo conocida como globalización, con efectos desintegradores en las sociedades que encuentra a su paso. Más aun, estas fuerzas subyacentes son esencialmente aspectos diferentes de una misma corriente, que debe ser identificada como la dinámica central que mueve a la totalidad: la expansión del sistema capitalista mundial.

El sistema capitalista se ha ido imponiendo con cada vez más fuerza desde las revoluciones burguesas del siglo XVIII -U.S.A., Inglaterra y Francia-, bajo el paradigma de la propiedad privada, la producción -Adam Smith- y el incremento ilimitado del valor a partir de la producción -desarrollismo entendido como productivismo-. En su fase actual, la financiarización que se instala como flotador para resolver las crisis de producción material de décadas anteriores, ha tocado fondo del mismo modo en el que lo había hecho la producción material: crisis de sobreproducción, esta vez, de los intangibles “a futuro”, que han hipotecado la suerte de la biosfera, a la vez que los destinos de l’homme endetté.

Frente a los posicionamientos que parecen seguir asumiendo la imposibilidad de cambiar el sistema -¡a estas alturas!-, es importante insistir que no podemos hacer concesiones aquí: ni desarrollo sostenible sobre una base de crecimiento y acumulación, ni capitalismo verde que valga. La senda del capitalismo conduce al colapso.

En 1972 lo advirtieron los científicos del M.I.T. con el famoso “Informe Meadows”: la era del crecimiento tocaría fondo en algún momento del siglo XXI, toda vez que la capacidad de carga del planeta se superaría en la década siguiente: sobreproducción, aumento exponencial de la población, colapso de sumideros, desabastecimiento de recursos, peak oil. Naredo lo enunció magistralmente en Las raíces económicas del deterioro ecológico y social, recordando que la ciencia económica moderna tiene una corta vida, la que nos separa de la Investigación sobre La Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones (1776), que hemos olvidado que eco viene de oikos, y oikos era la “casa” para los griegos, o también nuestra casa, la biosfera, lo que hay disponible. El nomos del oikos desprecia el logos del oikos -la ecología-; se entrega a la alquimia del dinero y arrasa el mundo material, social, cultural, ambiental.

El Socialismo puede llegar solo en bicicleta, reciente publicación de Jorge Riechmann, arranca con una cita del gran Manuel Sacristán […] En la concreción de la vida, la lucha por la cordura y la supervivencia tiene que ser tan revolucionaria radical como la lucha por la justicia y la libertad. No es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible.

Si bien es cierto que el socialismo del siglo XXI tendrá que abandonar su productivismo original, ese que de alguna manera nos parece ver tras la crítica de Ignacio Castro a San Carlos Marx en su Sociedad y Barbarie, ese que tan sutilmente señaló Foucault en Las Palabras y las Cosas como parte constitutiva de la nueva episteme, ese que pasó por incuestionado en el siglo XIX bajo un contexto radicalmente distinto, también lo es que un planteamiento ecologista solo puede pasar por la crítica implacable al modelo civilizatorio -el capitalismo- que ha conducido a la biosfera -y a la posibilidad de existencia humana en su interior- al desastre. Un planteamiento ecologista, digámoslo sin miedos, debiera ser radicalmente antisistema.

Paco Fernández Buey nos dejó el pasado sábado 25 de agosto, a media tarde. Su ausencia abre un gran vacío, pero nos queda la profunda huella de su generosidad, entrega y brillante lucidez, que permanecerá a través de sus palabras. Juan Carlos Monedero nos recordaba estos días su ironía amable: Nunca te bañas dos veces en el mismo río: la segunda está más sucio. Paco ha expuesto en numerosas ocasiones, con nítida claridad, cómo lo que está en crisis es nuestra civilización o sea, la forma de producir, consumir y vivir que el capitalismo industrialista ha configurado durante varios siglos. La otra crisis, la ecológica, parece haber sido desplazada de los grandes dispositivos de producción de realidad, por los gerentes del mundo desmaterializado que solo existe en los manuales de Friedman, Hayek y compañía. Regresará, ténganlo por seguro, a la vuelta de la orgía consumista que con todas nuestras fuerzas nos desvivimos por reflotar. Regresará, y entonces habrá que plantearse de nuevo si hay vida más allá del capitalismo.

En su formulación clásica, la utopía es un no lugar, cierto. La utopía no puede ser realizada y funge como regulador, como vector que empuja la historia. En su versión postestructuralista apela a lo que no puede ser pre-concebido, a aquello que llegará y ante lo cual solo cabe hospitalidad. Mesianismo sin Mesías, esperanza que abre por-venir, que deja entrar el aire limpio del futuro. Para esta utopía también hay que prepararse, porque de nada nos servirá un (mal) sistema, máquina estropeada perdiendo aceite por los azules mares de Galiza, para afrontar lo que tendrá que aparecer, queramos o no, como “alteridad”.

Ecosocialismo entonces, como forma radical que apela a la alteridad desde el inapelable fin del sistema capitalista y hacia un por-venir que, esperemos, nos devuelva la habitabilidad del oikos. Ecosocialismo no más socialdemocracia concesora, no más economía verde, no más desarrollo sostenible. Ecosocialismo como contrapoder, contradiscurso y contra el discurso mismo: ecosocialismo para la gente desde la gente.

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