Tres lecturas a propósito de la última viñeta de El Roto en El País:
una, la más evidente, a nivel verbo-textual. La viñeta cuestiona esa forma digital contemporánea de hacer frente trabajando las subjetividades -no se refiere a FB como plataforma (propietaria, vigilada, etc), sino a la/cierta multitud funcionando en las redes y a su eficacia-. Esta lectura enfrenta dos metodologías de resistencia, y reclama la revitalización de la clásica organización contra la nueva (no)estructura, más centrada en las formas de producción de discurso con las estrategias de diseminación inclusivas: in-formación que fluye por las redes y produce un impacto determinante en la “creación de opinión pública” -¿no era ese el proyecto ilustrado?-. Cuestionamiento, insistimos, porque en eso de la posmodernidad se descuidaron las estructuras que soportaban a los colectivos de trabajadores, que lucharon por los derechos que hoy vemos retroceder haciendo que se tambalee el proyecto aquel de la Europa Social. Y si retroceden, la explicación, claro, es que nadie los defiende.
Dos, la que se expresa a nivel texto-visual. Nos interpela ante la brecha digital -el tema del acceso y la participación efectiva-, y pregunta realmente en qué beneficia la comunicación distribuida a los excluidos de las redes -en este caso, los que son representados como obreros de la construcción o de otra industria- a los que no participan porque no pueden participar; o también, cuestiona la utopía misma de la participación generalizada y horizontal -ver por ejemplo la postura de las dos figuras, una de espaldas a la otra-. Sugiere la incomprensión -desconocimiento y por ende el desprecio- para algunos de esos procesos de deliberación, y su resignación al ver corrompida la única vía considerable de intervención política: la representativa.
La tercera, la más forzada, siempre a nivel texto-visual, presenta una imagen de producción material que ya no sería predominante en nuestras sociedades capitalistas deslocalizantes. Remite a la necesidad de afrontar nuevas formas de lucha en un contexto en el que la producción semiótica -y la cuestión de quien comanda la nave de la enunciación- determina la realidad social en tanto que determina la producción de individuos para el consumo -que determina la producción material allí donde la hemos deslocalizado-. Así, – dice al cyberlector-modelo de El País, mientras contempla la viñeta en su dispositivo portátil – el rechazo a las redes de comunicación no es de este mundo, en el discurso de la izquierda sobran ya las referencias a las fábricas que nunca pisó, el capitalismo se ha transformado y más vale entender que la única manera de cambiar el sistema es imaginar otro y hacerlo con los otros -sean quienes sean los otros, sea como sea el otro (sistema)-.
La estrategia de las redes de comunicación distribuidas -enunciación colectiva y diálogica- es la de reventar el discurso normativo que mana de los dispositivos de masas, diseminando contradiscursos construidos desde la colaboración, la participación colectiva, la proliferación, la intervención directa. La ciudadanía abriendo grietas en la significación para dejar entrar al por-venir.
La pregunta final sería si habrá manera de conjugar ambas experiencias, habitar en el entre que supone asumir la herencia de un ideal de justicia -social, ambiental, humana-, junto con la comprensión de la importancia que tiene hoy -y siempre- desposeer de los dispositivos de enunciación a aquellos que (nos) imponen su modelo de mundo, apropiarnos de la capacidad de enunciar… lo que es justo.