No nace cada día un mundo nuevo. Al menos no en sentido estricto. El nuestro, el capitalista hijo de la Reforma, la Modernidad y la economía neoclásica -por simplificar-, se organiza como sistema-mundo [Wallerstein] a partir del siglo XV, y se encarna en la moneda, la producción y el colonialismo -por simplificar- progresivamente. Mathesis y Taxonomía en el régimen de la representación [Foucault]. Capitalismo Mundial Integrado [Guattari].
El tan anunciado fin del capitalismo por autodestrucción, en el momento fatídico en el que se habría superado el límite inmanente que atañe a su capacidad de valorización del valor, se postergó más de 30 años [R. Kurz, A. Jappe]. Lejos de entregar las armas, decidió jugar una última (?) carta en una expansión sin precedentes de la financiarización; el fordismo hacía sitio a los magos de Wall Street y la ingeniería matemática tomaba un nuevo avión a las antípodas de la biofísica por el bien de la sacrosanta civilización occidental. Amén.
Tamaña fuga hacia adelante, implementada a partir de la fatídica pareja Reagan-Thatcher a principios de los 80, venía a responder a la escasez vivida en la crisis de los 70 con creación de abundancia ad hoc. Dinero bancario y dinero financiero por doquier para conjurar la recesión y desplazar a un segundo, tercer o cuarto plano los problemas de compatibilidad biofísica que se evidenciaban unos años atrás: los límites del crecimiento. Entonces entendimos dos cosas: que se había roto definitivamente el paradigma del valor trabajo, con la tecnificación que limitaba la reificación del tiempo en la mercancía, y que en adelante, y hasta que también este mecanismo de creación de plusvalor implosionara, las reglas que regirían la economía mundo capitalista iban a ser muy diferentes. Sin referente «real» (oro), sin reglas de contención en el casino financiero, sin contemplación alguna hacia la limitación de recursos, la capacidad de los sumideros y las TRE de las fuentes de energía, había barra libre de beneficio y consumo. ¿y quien quería escasez?
El hombre que consume fue producido en la misma fábrica que el valor. El pretexto de la inmensa capacidad del sistema capitalista para dar respuesta material a necesidades materiales, el paradigama de la producción en estado puro, alimentó la producción de necesidad. Una vez puesta en marcha la máquina, una vez organizado el régimen de la representación sobre la producción creciente de valor contable, inevitablemente las subjetividades se fueron componiendo a ritmo monetario: la confusión del tener y el ser, ya saben…
Y es que ciertamente, no nos rodean almas bellas; cohabitamos entre dispositivos de producción de subjetividad. Todas producidas en el sistema y dispuestas en uno u otro lugar del campo social. Todas (semi)atadas de pies y manos a las dinámicas y procesos del ser capitalista. Máquinas deseantes cuyas pulsiones se ven canalizadas hacia las rebajas de enero. La posesión sin límite. La mercantilización de la vida. Y enunciar esta hipótesis nos entrega a la contradicción. Claro. ¿Cómo intervenir entonces en una transición que afectaría a todas las categorías que sostenían el mundo hasta ahora, en una transición hacia una ordenación del mundo otra, que coexista con el otro y con lo otro? ¿Acaso no es esa la transición que el mundo reclama hoy, en primerísimo lugar, una transición civilizatoria?
A nosotras nos da la impresión de que las respuestas que entran en el estrecho margen de lo imaginable hoy a esta situación «transitiva», no parecen recoger la multivectorialidad del contexto. Llamadas keynesianas a las tantas de la mañana por una vuelta a lo mismo, con políticas expansivas de crédito blando que vuelva a engrasar la maquinaria de producción (de consumo y de individuos) capitalista, genere empleo y poder adquisitivo. Sin atreverse a reformular el bien-estar, sin cuestionar los pilares fundacionales del sistema mundo que nos engulle. ¿Será posible imaginar una salida fuera de un sistema entendido como episteme -las condiciones de posibilidad de los enunciados-? ¿Será posible articular una respuesta desde la comprensión de la estructura profunda del sistema-mundo, con el crecimiento como principio supremo y sus «inevitables» contradicciones de justicia social y ecológica? ¿Será posible asumir que efectivamente hay límite, y que ni todo el papel moneda del Banco Central Europeo podrá remediar esto?
Un acontecimiento no merecería su nombre, no haría llegar nada si solamente desenvolviese, explicitase, actualizase lo que ya era posible, esto es, resumiendo, si se limitase a desenviolver un programa o a aplicar a un caso una regla general. Para que haya acontecimiento es necesario que éste sea posible, sin duda, pero también que haya una interrupción excepcional, absolutamente singular, en el régimen de posibilidad […]. Es necesario, pues, que el acontecimiento se anuncie también como imposible o que su posibilidad esté amenazada.
J. Derrida